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Posts Tagged ‘eso si existio’

No recuerdo unas celebraciones patrias tan tristes y negras como las de este 2008. Probablemente las ha habido peores, más tristes y miserables, pero en mi corta vida jamás había sentido un estado de ánimo tan, pero tan disminuído.

Sin embargo recordé que en nuestra historia hemos enfrentado días muy, muy aciagos, que han sido los más, y entre estos no se exceptúan aquellos que cayeron en las «fiestas patrias».

Fiel a mí misma no me pude aguantar a poner una entrada en este blog acerca de algún tema histórico. Lo más lógico es que hubiera elegido algo acerca de la Independencia, pero la verdad no soy muy estudiosa en ese tema. Claro que si quieren chismes, les diré que Hidalgo era bastante aficionado a los libros prohibidos y a la picardía, la Corregidora era una mujer guapa a quien le hacía ojitos Allende, y nuestro héroe Morelos tuvo un hijo ilegítimo, Juan Nepomuceno Almonte, a quien envió a estudiar a los Estados Unidos y terminó siendo un catrinzote de primera.

Pero regresando a lo que iba a tratar, había mencionado que días malos hemos tenido muchos. Y para muestra os hablaré de lo que pasó en el desgraciado año de 1847, cuando la ciudad de México, saliendo de su ensimismamiento, se lanzó a defender a sangre y fuego lo que le quedaba de dignidad.

En septiembre del año de 1847 la guerra contra los Estados Unidos estaba a punto de llegar a su fin. Militarmente hablando. Los gringos habían hecho mucho daño tratando de llegar por el norte con tropas al mando del general Taylor. Pero como ya estaban hartos se mandó una segunda fuerza al mando del General Winfield Scott para que llegara por Veracruz y de allí directo a la capital. Los norteamericanos fueron eficientes, tomaron Veracruz, vencieron en Cerro Gordo (cerca de Jalapa) y luego entraron a Puebla sin disparar un sólo tiro ya que la ciudad estaba aterrorizada y prefirió abrir sus puertas a los invasores antes que sufrir estragos en sus aristocráticas fachadas.

Los primeros días de agosto los yankees abandonaron Puebla. El día 9 las campanas de la Ciudad de México tocaron a rebato, mientras el ejército tocaba la generala y las fuerzas militares, así como los cuerpos de voluntarios se pusieron en movimiento. Los aterrorizados ciudadanos eran así informados que el enemigo emprendía su marcha final sobre el Valle de México. Se dieron las órdenes de quitar los adoquines de las calles y llevarlos a las azoteas de las casas; se construyeron barricadas en las calles. A partir de ese día quienes pudieron salir de la ciudad lo hicieron, mayoritariamente los más ricos.

Los demás habitantes, la gente común y corriente como lo somos nosotros en estos días, no tuvieron más remedio que esperar en medio de la incertidumbre.

La defensa de la capital se vio plagada de ineptitudes, envidias y malas leches. Por eso es que en la batalla de Padierna, del 20 de agosto,estando el ejército mexicano dividido en dos partes, una a cargo del general Santa Anna y otra al mando del General Valencia, ninguno de los dos próceres quiso ir en auxilio del otro.Tiempo después Santa Anna dijo que Valencia era un mezquino que pretendía su derrota para quedarse él con el poder. Valencia por su parte aseguró que Santa Anna no le había querido prestar auxilio porque era un envidioso celoso quien creía que si se conseguía la victoria por medio de su intervención, este iba a utilizar su popularidad para sublevarse después.

Por eso es que en la famosa Batalla de Churubusco del 20 de agosto, nadie hizo nada y la guarnición apostada en ese lugar, constituída mayoritariamente por las llamadas Guardias Nacionales (burguesitos, comerciantes y profesionistas voluntarios) y el infortunado Batallón de San Patricio,tuvo que arreglárselas como pudo. En determinado momento, a ver las municiones que les habían sido enviadas, notaron con horror que esas no eran del calibre que necesitaban. Después una bomba cayó en el depósito de pólvora y todo terminó. Fue al final de esta batalla cuando el general Pedro María Anaya, encargado de la defensa del Convento pronunció su memorable frase «Si hubiera parque, no estaría usted aquí».

Luego vino un armisticio sugerido por el propio Scott ya que los yankeees habían sufrido terribles bajas. Desde su cuartel en Tacubaya se pactó una tregua esperando que se diera paso a negociaciones para establecer la paz.

La tregua no duró mucho.No sólo por las fallidas negociaciones. También porque al ir a abastecerse los carros de los norteamericanos a la ciudad de México, como indicaba el armisticio, la multitud furiosa los apedreó y les mató a tres carreteros.

El 8 de septiembre las hostilidades se reanudaron en la Batalla de Molino del Rey, lo que es Los Pinos hoy en día. Se batieron con denuedo entre las balas, y tal vez las cosas hubieran sido un poco diferentes si el general Juan Álvarez, cacique del sur y viejo insurgente, en ese momento al mando de toda la caballería, hubiese ordenado una carga mortífera sobre los gringos. Pero sólo se limitó a ver todo desde un cerro sin nunca mover un dedo. Así se perdió Molino del Rey.

La siguiente fue Chapultepec. Desde el día 12 los yankees se dedicaron a bombardear el cerro y las fortificaciones que allí se habían levantado. El día 13, ni tardos ni perezosos, se lanzaron al ataque. Fue difícil pero no imposible; para defenderlo sólo estaba el general Bravo, otro insurgente, con sus hombres, mas el triste batallón de San Blas al mando de Santiago Xicoténcatl y los catrincitos alumnos del Colegio Militar, los más ya por los veinte años. Fueron verdaderos héroes no porque seis de ellos se hubieran muerto y uno quesque aventándose envuelto en la bandera, cosa que no es más que una vil patraña que se inventó el PRI para vender patriotismo barato, sino porque días antes se les ordenó que se fueran a sus casas, y no quisieron. Prefirieron quedarse a defender a su Patria, con todo lo que esto implica

Los gringos subieron por la rampa, aniquilaron al Batallón de San Blas en una gran carnicería, pelearon con los del Colegio y finalmente bajaron la bandera que ondeaba en el asta y se la llevaron, para no devolverla sino unos cien años después. Tomaron prisioneros a los cadetes sobrevivientes, entre los que destacó un muchachito de 15 años de nombre Miguel Miramón, quien luego sería el principal general del bando conservador.

Una vez que las barras y las estrellas ondeaban en Chapultepec, se dio la orden de que 36 irlandeses del Batallón de San Patricio, hechos prisioneros en Churubusco, fueran ahorcados. Los habían tenido con las sogas al cuello durante toda la acción para que vieran cómo eran despedazados aquellos por quienes habían peleado.Que por si no lo sabían, los de San Patricio eran irlandeses que en un principio habían luchado del lado norteamericano, pero que convencidos de que era una barbaridad hacerle la guerra a una nación católica como ellos, así como muy interesados en las supuestas tierras y dinero que el gobierno mexicano les había prometido, se cambiaron de bando. Pobres.

Pero ahora había que terminar la acción, así que los americanos avanzaron hacia la ciudad dispuestos a todo. Se lanzaron a la carga por las calzadas de la Verónica y la calzada de Anzures, con el objetivo puesto en la toma de las garitas de la ciudad. Fueron las de San Cosme y las de Belén las que sufrieron las más sangrientas luchas. Los miembros de las Gurdias Nacionales que aún quedaban así como gente del pueblo y por supuesto soldados, animados por mi general Santa Anna que iba de un lado a otro despreciando las balas, ofrecieron resistencia pero al final no pudieron con las superiores fuerzas del ejército norteamericano. Al caer la noche todas las garitas estaban tomadas.

El resto del ejército se replegó a la Ciudadela donde un consejo de guerra tuvo lugar. Santa Anna decidió que era mejor abandonar a la ciudad de México, porque según él ya no valía la pena efectuar una resistencia que haría sufrir a la capital. Los soldados y pertrechos salieron en marcado desorden hacia Guadalupe Hidalgo, La Villa.

Los ciudadanos comunes y corrientes, como nosotros, aterrorizados e incrédulos, nerviosos por todo el cañoneo que había estado aproximándose día con día a sus hogares, observaron enmudecidos aquella retirada. Tenían miedo. De las batallas anteriores habían llegado temibles reportes de carnicerías y lamentables bajas, que se veían confirmadas por el desfile cada vez más nutrido de heridos y mutilados. Entonces se dieron cuenta que en realidad ya estaban a la buena de Dios.

Pero si creían que no podíamos estar más mal…se puso aún peor. Esto lo leerán en la siguiente entrega, porque esta ya estuvo muy pesada. Así sabrán cómo fue que los capitalinos celebraron su independencia. Creánme..les va a gustar.

PD. Sí, así es. Nadie, nunca, jamás en la vida ni por toda la eternidad, se envolvió en la bandera mexicana en la Batalla de Chapultepec y se aventó al vacío. Nadie, nadie, nadie. No hay testimonio de la época, ni gringo ni mexicano, que lo confirme. Eso, como el Pípila, es una vil y asquerosa mentira. NO ES CIERTO.Si tienen hijos, hermanitos, sobrinitos, primitos, etc,etc, NO LES ENSEÑEN ESA SARTA DE MENTIRAS. No sigamos con la espiral de patrañas inventadas por una bola de embusteros

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